La principal
ley de la teoría del caos dice que hasta el desorden tiene sus reglas. La teoría
del caos sugiere un mundo fluido e interconectado, concebido como un todo. Bajo
esta teoría, los eventos no suceden al azar, sino que las condiciones iniciales son
determinantes, pero el producto, por ser dinámico y complejo, implica un
resultado impredecible. La representación visual por excelencia de esta noción son los
fractales.
FRACTAL
El término
que en latín significa ‘fragmentario’ o ‘interrumpido’, fue introducido por el
matemático polaco Benoit Mandelbrot (1924-2010) por primera vez en su libro “Les Objets Fractals: Forme, Hasard et
Dimension” (1975). Los fractales representan los sistemas dinámicos, la
geometría de la naturaleza, las infinitas retro-alimentaciones. Un fractal es
un modo de ver el infinito.
Fractal de Mandelbrot |
Todavía hoy
no se define un fractal sino es enumerando algunas de sus propiedades características:
- Un fractal tiene una estructura fina que se repite en escalas arbitrariamente pequeñas,
- es demasiado fracturado para ser descripto con la geometría euclidiana tradicional,
- tiene una cierta forma de auto-semejanza.
Muchos
objetos en la naturaleza son mejor descriptos geométricamente como fractales,
con caracteres de auto-semejanza en todas las escalas. El universo consiste en
racimos de galaxias, organizado en racimos de racimos de galaxias, y así sucesivamente.
Un buen ejemplo de fractal es la coliflor: la flor grande contiene florcitas
más pequeñas, que a su vez contienen otras, todas con la misma estructura.
Expuesto lo
anterior, si pudiésemos hablar de una poética de la fracturación, el
maravilloso texto “Orejas caídas y hocico casi cilíndrico” de Marcelo
Bertuccio, podría ser considerado como un buen ejemplar de tal poética dentro
de la literatura dramática. Desde situaciones mínimas, cotidianas y disyuntivas, como, por
ejemplo, decidir entre atender o no el teléfono, abrir o no la puerta, usar o
no ingredientes enlatados en una receta; se despliegan innumerables situaciones
que parecen pequeñas réplicas ligeramente distorsionadas, si bien son, cada una,
manifestaciones de la fracturación que compone el devenir del personaje. El
autor se basa en el lenguaje y su misteriosa forma de discurrir en el tiempo,
de desplegarse en una operación de auto-semejanza en la que la repetición de
palabras o frases no se percibe stricto
sensu como ‘repetición’ porque, en cada enunciación, aparecen cargadas de
nuevos e insospechados sentidos.
MINIMAL
Con la
repetición aparece lo musical, tanto en el texto de Bertuccio como en la puesta
que de él hace Darío Levin y que titula ‘Porquería’. Y decimos ‘lo musical’ no aludiendo
al género comercial que en el imaginario colectivo se asocia a Broadway (o a Corrientes, en términos más locales), sino al valor que surge en el ordenamiento sensible de las
palabras y las acciones. Más aproximada quizá al concepto de música minimal (basado
en el minimalismo, en el que se encuadran composiciones de músicos muy
diversos, influidos por la secuencialidad, serialidad y repetición de Eric
Satie); ‘Porquería’ se construye a partir de la repetición de palabras, frases y acciones
cortas, con variaciones mínimas; algunos movimientos
lentos, a veces bajo la distorsión de palabras y la ralentización del cuerpo; y
un pulso constante que se fractura mediante la irrupción de algo otro, aparentemente ajeno al frágil ecosistema
del personaje, y que, intuimos, inexorable para el avance del hecho dramático.
Es el glitch que hace la base rítmica
y nos conduce al desenlace.
Foto: Cinthia Albanese |
En ‘Porquería’,
una mujer se nos muestra regia en su pequeño hábitat repleto de confort y de
rutinas, sin embargo, no tardamos en percibir que está acorralada. La actuación
de Flavia Montello nos sorprende, nos hace reír a carcajadas y, al mismo tiempo, compadecernos
y reconocernos en esa criatura que, como decía Nietzsche, está 'presa en sus
propias convicciones': Repite acciones, palabras y comportamientos de un modo
obsesivo. Pero inevitablemente su horma se deforma. Aunque siga al pie de la
letra una receta de cocina, quizás heredada de su madre, como heredó también las
máximas que regulan sus propios apetitos y pensamientos; un poco de agotamiento,
un poco de olvido o un poco de miedo (acaso una combinación de todo eso), la desvían y la conducen a nuevos
derroteros en su cotidiano. Vemos aparecer ante nosotros el glitch que desestabiliza el sistema.
Vemos la falla, la fractura. Vemos el fractal desplegarse ante nosotros de modos insospechados en la escena.
La
extraordinaria labor actoral de Montello tiene un maridaje perfecto en la milimétrica
dirección de Darío Levin, quien exprime el talento de la actriz para hacernos
zambullir en los recovecos de la psique de ese personaje desorientado en su
propio mundo, un mundo sin puntos cardinales, con referencias cada vez más
difusas, cada vez más ausentes. Los recursos visuales y sonoros están
inteligentemente orquestados para que el fenómeno que ocurre frente a nosotros
nos atraviese. Levin comprende la escena como un espacio de juego que no está
reservado únicamente a quien está sobre el escenario, sino que debe, necesariamente, albergar a
les espectadores con la calidez de un abrazo fraterno, sororo, amistoso, donde
no queda más remedio que entregarse al acto gallardo de co-creación que implica
apreciar una obra de arte, por más cruel y devastadora que ésta pueda llegar a ser.
Valoración: ✰✰✰✰✰
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